Por un lado creo que es una obra maestra de la estilización de la imagen. En este caso, la fotografía compartida en los créditos con su colaborador habitual, el australiano Christopher Doyle y por el taiwanés Mark Lee Ping-bin es la cúspide de la sutileza en el encuadre (muchas veces los personajes están enfocados dentro de otro encuadre creado a partir de elementos visuales del lugar como marcos de puertas, espejos, ventanas, el corredor) que está emparejada con la sutileza de una narrativa mínima que en vez una "historia" convencional, nos presenta una anécdota mínima que desarrolla el realizador al máximo para hacernos sentir intensamente a través de los ambientes, las atmósferas.
Nada está puesto ahí gratuitamente, cada elemento tiene su razón de ser: desde el vestuario, la música, los idiomas, la comida, el color. Cabe mencionar también el hecho de que carece de guion terminado: cada cosa la tuvo Wong Kar-wai en la mente y la fue desarrollando durante el complicado rodaje que se alargó entre 15 y 18 meses: eso es genialidad y aparte de todo un desafío a la dinámica de la producción cinematográfica convencional donde pareciera que el guion es el Santo Grial de la producción cuando en realidad es solo un herramienta. El guion y su redacción restringe y mata la creatividad. Wong Kar-wai, por tanto, empleó su energía en filmar una poderosísima obra atípica en el cine contemporáneo, aún veinte años después. Sigue siendo una película fresca que emana una gran intensidad.
Una imagen de hoy, como fotógrafo mamador... |